4 de diciembre de 2006

Infiel

- Te he sido infiel.
- Cuéntamelo – dijo él completamente sereno.

- Hablamos, mientras tomábamos café, me contó que estaba tan sólo. Sonó su teléfono y no lo cogió, cuando el estridente sonido dejó de molestar…, bueno, entonces me lo dijo.
- ¿Qué fue lo que te dijo?

Pasaron varios segundos hasta que pudo asumir el peso de su respuesta.

- Me dijo que quería acostarse conmigo.
- ¿Y tu que hiciste?
- Bueno, pensé que bromeaba y me reí; pero al ver que él no modificaba su expresión, le pregunté si hablaba en serio. Me dijo que si, que hablaba completamente en serio, que quería sentir como nuestros cuerpos se rozaban sin pedir perdón, que necesitaba besarme en ese mismo instante porque sus labios se morían; me dijo que quería hacerme sentir lo que tu nunca podrías, me dijo… que quería hacerme féliz.
- Sigue – dijo él sin mover ni un solo músculo.
- No hice nada, me quedé en silencio, hasta que volvió a hablar. Esta vez abandonó el tono poético y alabó sin tapujos mi figura. Describió sin omisión alguna de detalles lo que mas le gustaba de mi cuerpo. Puso especial atención en mis senos, los comparo con dos dunas rosadas de altiva cúspide… ¿No dices nada?
- Sigue por favor – su rostro reflejaba resignación, había sido vencido.
- Yo estaba petrificada, no podía imaginarme algo así con… él. Le intenté convencer, disuadirle de aquello. Le recordé que te conocía, que todos éramos amigos, le hablé de nuestro viaje a la nieve, de lo bien que lo pasamos los tres juntos.
- ¿Por aquel entonces ya…? – la interrumpió
- ¡No, no!, claro que no – contestó ella sensiblemente nerviosa.
- Termina de una vez – casi le suplicó él.
- Me cortó diciéndome que ya no le importaba nada. Me dijo que había estado ocultando su pasión por mí desde mucho antes de ese viaje, me recordó la trágica visión de su mujer arrojándose al vacío, ¿recuerdas?...
Para entonces su mano ya estaba empapada de mí. Yo también estaba completamente empapada. No había parado de tocarme bajo el mantel desde que nos sentamos y los dos queríamos hacerlo.
Nos besamos apasionadamente, disfrutando porque todos nos miraban. Pagó, nos levantamos y me llevó a su piso. El resto puedes imaginártelo.

Detrás de los ojos inexpresivos de su marido, ella podía ver como su alma entera se retorcía de dolor.
Aún pasaron unos segundos, en los que nadie abrió la boca, hasta que él dijera algo. Se podía cortar el aire con un cuchillo y rebanarle la cabeza al tiempo en aquel momento.

- ¿Sigues queriéndome? – dijo él en un tono casi cautivador.
- Sí, claro que sí – respondió ella con un ligero tono de indignación.
- Entonces nadie ha sido infiel – dijo él calmando al cielo.
- No lo entiendo – respondió ella apagando el cigarrillo.

Y se fue…

Víctor

Y recuerda: Todo esto es mentira…

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