12 de diciembre de 2006

Disfrutalo como yo - Parte III y última

- Hoy no va a ser un buen día – seguía pensando Martín cuando, dentro de la bañera, introducía completamente la cabeza bajo el agua para ver si por casualidad se ahogaba. Permaneció allí un buen rato, en realidad casi toda la mañana; era sábado y no tenía ninguna prisa. Dispuesto a salir, con las manos apoyadas en los bordes de la bañera, sonó el teléfono. Martín corrió hasta su dormitorio, donde tenía un teléfono fijo, y aún mojado descolgó el auricular. Al otro lado del hilo la voz de Pacheco sonaba jubilosa, alegre, estaba entusiasmado. Tenía que contarle algo importante a Martín, le dijo que tenía reservada una sorpresa.
Martín colgó y se vistió sin prisa. Se puso un atuendo informal. Pantalones vaqueros, una camiseta lisa metida por dentro y una americana de pana negra muy elegante. Condujo hasta la calle principal y aparcó frente al restaurante donde Pacheco le había citado. No hizo mas que poner un pie en el asfalto cuando Juanma Pacheco lo abrazó por la espalda alegrándose enormemente de verle. Una vez dentro del pequeño restaurante, eligieron una mesa cercana a la ventana. Pidieron dos ensaladas seguidas de una ternera a la plancha, para Pacheco, y una lubina al horno, para Martín.
Pacheco estaba inquieto, nervioso, mantenía las piernas en continuo movimiento. Se estaba resistiendo a no decirle nada a Martín hasta el final, pero dos palabras disuasorias de Martín lograron que cantase. – He conseguido un billete de avión para Miami, sales esta noche – dijo Pacheco, mas ilusionado que su compañero. - ¿Por qué? -, le preguntó Martín casi con lagrimas de agradecimiento en los ojos. Pacheco le explicó que su situación también le estaba afectando a él, no podía verle así día tras día, estaba cansado de escuchar todos los días lo mal que se portó y que hubiera pasado si hubiera mantenido al pájaro dentro de la jaula. Martín le agradeció enormemente aquello y le pidió que viajara con él, mas Pacheco mintiendo sobre sus ingresos le dijo que solo tenía dinero para un billete, y se negó en rotundo a ser invitado.
A Martín aquella comida le supo mejor que ninguna otra que hubiera comido en su vida. Los dos disfrutaron. Pacheco se sentía feliz por su amigo y por él y Martín se convencía de que iba a disfrutar de unas maravillosas vacaciones, que realmente necesitaba. Martín pagó y se dejó seducir.

Esa misma tarde Martín organizó todo. Hizo varias llamadas para dejar todo bien atado para las próximas semanas, compró ropa de verano, así como carretes de fotos y reservó una cantidad suficiente de dinero para sobrevivir en el mas allá. Llegada la hora de despegue Martín se despidió con un fuerte y amistoso abrazo de Pacheco, quien había a despedirle. Se prometieron llamarse y quedaron en el mismo sitio a la vuelta. Una vez mas la molesta megafonía del aeropuerto anunció la salida del vuelo y Martín embarcó.
Pasados dos días desde la salida de Martín hacía Miami, Pacheco deambulaba preocupado. No había recibido ninguna noticia de Martín desde entonces. Ni una llamada, ni un telegrama, nada. Acabada su jornada, Pacheco llegó a casa pasadas las cuatro de la tarde. Abrió el buzón y recogió el habitual montón de cartas. Una vez en casa, se dispuso a revisar el correo y entre toda la sucia publicidad vertida sin consideración, había una extraña carta.
Su nombre y nada mas. Ni dirección, ni sello, ni matasellos de ningún tipo, ni remite. Nada, solo su nombre, escrito a máquina. Abrió el sobre y dentro encontró un billete de avión idéntico al que él mismo le había regalado a su amigo Martín, solo que con la fecha cambiada para esa misma noche. También encontró una simple nota con una sola frase mecanografiada en mayúsculas, la frase decía: “DISFRÚTALO COMO YO”.


Ante esta inquietante y a la vez nada reveladora nota, Pacheco no lo dudó y aprovechó su regalo. Rápido hizo las maletas y salió hacia el aeropuerto. Montó en el avión y se dispuso a disfrutar de una semana de lujo y desenfreno. Aunque le seguía inquietando quien podría haber mandado aquella carta, e inevitablemente pensó en Martín, intentó dormir y relajarse. Pasadas dos largas horas de vuelo, Pacheco se despertó en medio de la noche sobresaltado.
El avión estaba experimentando severas sacudidas, y algunos pasajeros comenzaban a perder los nervios. Pacheco intentó mantener la calma, al fin y al cabo ¿Qué podría ocurrir, si viajaban en el transporte mas seguro del mundo?. Pero las sacudidas fueron a mas y el avión comenzó a tambalearse bruscamente. Mientras Pacheco se abanicaba con el periódico que había comprado antes de subir al avión, las azafatas de vuelo pedían que todo el mundo guardase la compostura, solo era una zona de turbulencias. Enseguida Pacheco comprendió que no era una simple zona de turbulencias, las bolsas de encima de sus cabezas comenzaron a caer al pasillo y los gritos de los pasajeros se hacían cada vez mas audibles.

Pacheco intentó evadirse leyendo el periódico. - ¿Nacional?, no demasiado aburrido, ¿Deportes?, no ¿acaso podrían contarme algo que no sepa ya?, ¡Sucesos!, eso es, esto me hará pensar en otra cosa – pensaba Pacheco mientras las mascarillas de oxígeno ya colgaban del techo, sobre sus narices.
Leía las azarosas líneas sin poder concentrarse en ninguna, mas de pronto sus ojos se pararon en un titular que rezaba: “Grave accidente de avión en medio del Atlántico”. La noticia decía así: “En la madrugada del sábado un avión de procedencia española con destino Miami, (Oh no el vuelo de Martín – pensó Pacheco alarmado), cayó al océano, donde estrepitosamente se desintegró. Las causas son desconocidas. Todo el pasaje, junto con la tripulación ha muerto. A continuación pasamos a detallar la lista de fallecidos españoles”.
Pacheco comenzó a leer la larga lista en busca de su amigo, mientras se concienciaba de que estaban cayendo en picado. La lista parecía no tener fin, Pacheco seguía leyendo, nervioso y asustado, cuando de repente vio el último nombre: “Martín Relaño García”. Pacheco sumido en una terrible desesperación por su inminente perdición no pudo contener las lágrimas al saber del macabro final de su amigo Martín.
Entonces, cuando solo unos metros separaban el morro del avión de la superficie azul del océano, cuando los dos ancianos de su derecha se encomendaban a Dios, cuando vio desolado como los niños se cobijaban en las rodillas de sus madres, cuando sintió a la muerte tocándole con sutileza la espalda; compendió y recordó, “DISFRÚTALO COMO YO”.
Es el final.

Víctor

Y recuerda: Todo esto es mentira...

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